No hace tanto como para que haya quedado olvidado un personaje público tildaba de titiriteros a los artistas de toda clase y signo que, según él, no se merecían las ayudas y subvenciones que se otorgaban a este sector. No eran pocos los que respaldaban estas alegaciones aludiendo a la escasa labor que las artes desempeñaban en el marco productivo español.
Ha sido necesaria una pandemia de envergadura internacional para demostrar lo errada que estaba esta posición. No solo eso. Por primera vez en demasiado tiempo se ha podido entrever lo que realmente representa el arte y la cultura, la necesidad del arte no solo limitada a su relevancia estética sino también a la capacidad que tiene de sanar la ansiedad emocional de una sociedad definida por el estrés y la inmediatez. Pero, ¿Por qué hacemos arte? Es esa pregunta existencial al más puro estilo “¿cuál es el sentido de la vida?” que nadie puede responder salvo que caiga en la subjetividad.
El arte es el saber cultural por excelencia, ese que da salida a nuestro instinto destructor valiéndose de la creación. Desde los hallazgos de piras funerarias que marcaron el comienzo de lo que hoy conocemos como cultura hasta las pinturas rupestres siguen inspirando aún hoy obras ficticias e investigaciones científicas.
No nos olvidemos de que el arte es una excepción en la naturaleza que tiene el cuestionado honor de ser la primera actividad humana que se realizó sin ningún fin productivo directo o vinculado a la reproducción de la especie. Ni siquiera los expertos en historia del arte han sido capaces de llegar a una conclusión global con respecto al origen del arte sino que solo han podido vislumbrar los motivos sin poder afirmar ni negar.
La importancia del arte realmente es la de mantenernos cuerdos en tiempos convulsos
Por el contrario, sí que podemos extraer los motivos que llevaron a los pueblos egipcios o grecorromanos a convertirse en mecenas; las obras simbolizaban el poder y la divinidad. Nos encontramos, entonces, con un arte que sí que tiene una utilidad intangible; la de ser el apoyo físico de las creencias religiosas inmateriales. El arte ha sido un potente valor cultural no siempre desde una perspectiva positiva, pero valorado en todo caso. Al menos hasta nuestros días. Hasta la fecha en la que la reflexión necesaria para crear y construir se ha visto seriamente perjudicada por la Ley de la Reina de Corazones. En esta realidad, cuando menos te lo esperas ya estás obsoleto y eso es incompatible con la creación artística.
Pero, en tiempos del coronavirus, algo ha cambiado. Las redes sociales se han inundado de creatividad, de personas que no habían cogido un pincel en su vida, pintando. Hemos necesitado estar presos en nuestros propios hogares para reconectar con el arte.
Añadiré que mi visión de lo que es arte puede resultar demasiado amplia para los más puristas del término. Para mí el arte es toda expresión estética y comunicativa que genere emociones o ideas tanto en el emisor (mientras lo está creando) como en el receptor (una vez que ha accedido a la pieza artística). Por ello el arte abarcaría la pintura, la escultura, las artes escénicas y el cine, la literatura, el humor y sus intérpretes o la decoración. Incluiría, de hecho, más expresiones artísticas pero delego en el lector la tarea de que decida las que crea convenientes.
Durante estos días hemos presenciado como la población en general se volcaba en proyectos culturales colaborativos de toda índole y como las nuevas generaciones hacían sus primeros pinitos en la dirección de vídeos humorísticos en las redes sociales de moda. También como las familias se volcaban en la decoración de su hogar y la fabricación de juguetes reciclados.
Todas estas acciones, no obstante, se pueden mirar desde un prisma reduccionista siendo confundidas con el entretenimiento, uno de los términos de nuestro idioma más confusos. Lo que yo veo en estos días es un panorama muy diferente al contemplado durante mis siete lustros de vida; he visto que el arte es solidaridad, es desahogo emocional. El arte es diversión y es apego social. El arte es a las personas lo que los axones a las neuronas. Es el verdadera asociacionismo.
No soy de las que cree que de toda desgracia se puede extraer algo positivo. Hay desgracias que no se deberían vivir jamás y que ninguna sonrisa postiza podrá cambiar pero, solo por esta vez, quiero hacer una excepción.
El arte nos ha salvado de nosotros mismos. Una vez más.